“Comprometernos a no repetir errores y horrores”

04/Feb/2013

Senador Luis Rosadilla, Discurso en la Comisión Permanente (28 de enero de 2013)

“Comprometernos a no repetir errores y horrores”

SEÑOR PRESIDENTE.- Tiene la palabra el señor legislador Rosadilla.
SEÑOR ROSADILLA.- Señor Presidente: antes que nada, me sumo al saludo que el señor Presidente de este Cuerpo ha extendido a quienes hoy nos acompañan desde la Barra, en un día que, por ser calendario, podría incluso pensarse que es una rutina, pero no lo es. Esta fecha tendría que llenarnos de profundísimas reflexiones, y si la política es en su nacimiento un puñado de emociones, de sentimientos y de sueños, tiene que ser, en su realización, estudio, reflexión, trabajo y acción.
En la 42.ª sesión plenaria, de noviembre de 2005, luego de una serie de consideraciones, Naciones Unidas resolvió designar el 27 de enero como ‘Día Internacional de Conmemoración anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto’. En esa resolución se expresa, entre otras cosas, lo siguiente: “2. Insta a los Estados Miembros a que elaboren programas educativos que inculquen a las generaciones futuras las enseñanzas del Holocausto con el fin de ayudar a prevenir actos de genocidio en el futuro y, en ese contexto, encomia al Grupo de Trabajo para la cooperación internacional en la enseñanza, recordación e investigación del Holocausto;
3. Rechaza toda negación, ya sea parcial o total, del Holocausto como hecho histórico;
4. Encomia a los Estados que han participado activamente en la preservación de los lugares que sirvieron de campos de exterminio, campos de concentración, campos de trabajo forzoso y cárceles nazis durante el Holocausto;
5. Condena sin reservas todas las manifestaciones de intolerancia religiosa, incitación, acoso o violencia contra personas o comunidades basadas en el origen étnico o las creencias religiosas, dondequiera que tengan lugar;
6. Pide al Secretario General que establezca un programa de divulgación titulado ‘El Holocausto y las Naciones Unidas’ y que adopte medidas para movilizar a la sociedad civil en pro de la recordación del Holocausto y la educación al respecto, con el fin de ayudar a prevenir actos de genocidio en el futuro; que le informe sobre el establecimiento del programa en un plazo de seis meses a contar desde la fecha de aprobación de la presente resolución; y que le informe, en su sexagésimo tercer período de sesiones, sobre la ejecución del programa”.
Podrá pensarse, señor Presidente, que nos podríamos haber ahorrado la lectura de esa Resolución, pero creo que es medular recordarla porque esta decisión ha respondido a una profunda injusticia. Año a año sucede que cuando nos acercamos a esta fecha queremos pensar y ahondar, pero siempre nos encontramos con la misma respuesta. No nos dan las manos; no nos dan los brazos; no nos da la cabeza, porque cada vez que damos un paso nos damos cuenta de que hay diez pasos más para dar, y cada vez que conocemos algo, hay diez cosas más para conocer, y nos damos cuenta de la cantidad de años en que vivimos creyendo saber, sabiendo muy poco.
Obviamente que sobre esto hay muchos comentarios y debates laterales. A veces tenemos que escuchar discusiones que dan vergüenza ajena, sobre números, sobre cuántos miles, cuántos millones, cuántos niños; o sobre cuánta hambre, sufrimiento y tortura; sobre a quiénes, cuándo y cómo. En fin, excusas para no atacar lo esencial.
También habrán escuchado que esta fecha es algo a lo que Naciones Unidas accedió por el lobby judío. Si ponemos atención, podemos percibir qué débil es el lobby judío en el mundo, ya que tuvieron que pasar sesenta años para que Naciones Unidas instituyera una fecha que recordara la matanza de seis millones de judíos.
¿Qué fue el Holocausto, qué imágenes históricas tenemos de las películas, de los libros, de los comentarios? Muchas veces creo que tenemos visiones muy simplificantes, muy cómodas, que nos vienen muy bien; no nos obligan a preguntarnos nada, ni tenemos que saber dónde estábamos, qué pensábamos ni qué pasaba. Bastó que un cabo loco, con ideas extrañas, al frente de un ejército que desfilaba a paso de ganso se dedicara a masacrar pueblos y comunidades. Pero ni bien se empieza a escarbar, la realidad es más compleja, menos cómoda y nos interroga a todos. Tenemos que comprender el conjunto de ese fenómeno y tratar de darnos respuestas cada vez más complejas y menos cómodas.
Señor Presidente: esta recordación tiene que tener un sentido más allá del doloroso recuerdo, más allá de las víctimas y de sus familiares; tiene que tenerlo más allá de los victimarios, de sus cómplices, de los omisos, de los oportunistas, de los distraídos, y más allá de los intereses; también tiene que tenerlo más allá de seres conocidos o anónimos, desde los que se rebelaron armas en mano –aunque esas armas fuesen acaso solo un palo– hasta los que arriesgaron sus vidas para hacer llegar algo de comida o de abrigo a quienes lo necesitaban, o aquellos otros que sin especular en posiciones de poder o de privilegios que los podían poner a salvo, usaron su capital personal o sus influencias personales para arrancar a cuanto ser humano pudieran de las fauces de la bestia parda. Respecto de este último grupo, Naciones Unidas ha dispuesto que gire este año el centro del recuerdo y la reflexión.
Debemos abocarnos a estudiar para saber y pensar, para comprender y asumir con humildad nuestra cuota parte en la Historia y comprometernos a no repetir errores y horrores. Para ello, para solo recordar, bastaría con apretarnos las manos y cerrar fuerte los ojos; apretarnos las manos, quizás, para no lanzar una trompada de ira al aire, y cerrar los ojos, quizás para apretar las lágrimas. Lo mejor es extender la mano y abrir muy grandes los ojos.
Obviamente, esto tiene una historia muy larga, pero los compañeros del Senado nos pidieron que redujéramos nuestra exposición inicial a los efectos de que esta sesión no se extendiera demasiado; honradamente, lo comprendo, y haremos ese esfuerzo.
Las primeras medidas adoptadas por Hitler tuvieron un objetivo esencial: consolidar al Partido Nazi en el poder. En seis meses fue eliminando a toda la oposición; con esa finalidad Hitler creó la Gestapo y estableció campos de concentración para reeducar a los descarriados por el marxismo. Se declaró abolida la libertad de expresión y de prensa, se prohibieron partidos y sindicatos, y estos últimos fueron sustituidos por el Frente del Trabajo del Tercer Reich. A partir de ese momento, Estado y partido comienzan a confundirse; cada oficina, cada organismo del Estado, estaba controlado por hombres integrantes del partido.
El antisemitismo se convirtió en la política oficial del Gobierno. Apenas llegados al poder los nazis celebraron su victoria con tropelías y ataques antijudíos; la víctima de la agresión fue la intelectualidad, cuyos integrantes llevaban una vida ordenada y disciplinada desde hacía muchos decenios. Ante ello se levantaron enérgicas protestas desde el exterior, a las cuales los nazis respondieron que no eran otra cosa que instigaciones judías y, por lo tanto, resolvieron vengarse.
Quiero agregar, porque así corresponde, que estas dos reflexiones anteriores las he tomado del libro de Alicia Fernández y Guillermo Algazé, “La Shoá. Holocausto del Pueblo Judío”.
Voy a hacer una breve cronología del período que va de 1919 a 1945, aunque no voy a leerla toda por esa economía de tiempo que nos solicitaron.
El 16 de setiembre de 1919, Adolfo Hitler se integra al Partido de los Trabajadores. En 1920, funda el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes. En 1928, obtiene el 2,6% de los votos para el Partido Nazi en las elecciones parlamentarias. El 31 de julio de 1932, obtiene el 37,4% de los votos, y en noviembre, el 33,1%. En 1933 es proclamado Canciller de Alemania, y el 20 de marzo ya existía el primer campo de concentración a 16 kilómetros al noreste de Munich: Dachau. En abril se hace un boicot contra abogados y maestros de establecimientos judíos. Los judíos son excluidos de los cargos estatales –se comienza a quemar libros– y de las actividades culturales. Todo esto ocurre entre enero y setiembre de 1933.
En 1934 se prohíben los matrimonios entre alemanes y personas de razas extrañas o personas defectuosas de sangre alemana. El 19 de agosto Hitler se proclama Führer del Tercer Reich. Comienzan los arrestos de homosexuales en toda Alemania. En 1935 los Testigos de Jehová son excluidos de cargos oficiales y muchos de ellos arrestados. Los judíos son excluidos de la prestación del servicio militar, y el 15 de setiembre se establecen las Leyes de Nüremberg, que se dan a conocer en una asamblea del Partido Nazi. Los judíos no pueden contraer matrimonio, ni mantener relaciones sexuales con personas de sangre alemana. En definitiva, en esa década se establecen más de 400 leyes que recortan los derechos de los judíos. Los gitanos y los negros no pueden contraer matrimonio con alemanes.
En 1936, Hitler inaugura los Juegos Olímpicos de Berlín. En 1938, el Tercer Reich anexiona Austria; se requisan las propiedades judías y, por supuesto, 32 países discuten el problema de los refugiados judíos. Las mujeres judías en Alemania deben incorporar el nombre Sara a su nombre de pila, y los hombres, Israel. De esa forma, el Estado le pone un nombre a cada judía y cada judío. En octubre, 17.000 judíos de procedencia polaca son expulsados, y del 9 al 10 de noviembre ocurre la Noche de los Cristales Rotos. A finales de noviembre, los niños ya no pueden ir a la escuela.
En 1939, Hitler sostiene ante el Parlamento que una guerra implicaría la exterminación de la raza judía. Siguen las confiscaciones; comienza la Segunda Guerra Mundial con la invasión a Polonia; no se permite a los judíos tener aparatos de radio; siguen las deportaciones; se comienza a deportar gitanos, y a los judíos se les impone el uso de la Estrella de David.
En 1940 se comienza a gasear a enfermos mentales. Alemania ocupa Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda y Francia. Empieza la deportación de gitanos y se inicia la concentración de judíos en Varsovia.
En 1941 Alemania ataca a la Unión Soviética. Los judíos alemanes mayores de 6 años deben llevar la Estrella de David y necesitan permiso para utilizar el transporte público. En 1942, en Wannsee, un suburbio de Berlín –más adelante me referiré a esto en extensión– se hace una reunión para determinar la solución final para el problema judío. En marzo, se lleva a cabo la primera masacre con gas en el campo de concentración de Belzec. Se siguen abriendo otros campos de concentración, y en 1943 estalla la primera revuelta en el gheto de Varsovia. Las fuerzas soviéticas derrotan al ejército alemán en Stalingrado.
Continúa la guerra. En 1944, Alemania ocupa Hungría y comienza a deportar población judía húngara. El 6 de junio, el “Día D”, las fuerzas aliadas occidentales desembarcan en Normandía; el 17 y 18 de enero comienzan a evacuar Auschwitz, y el 27 de enero –por eso recordamos esta fecha– el Ejército Rojo libera dicho campo de concentración.
Esta fue una condensada síntesis del horror, hecha en pocos minutos. Como se ve, señor Presidente, todo eso no fue como una piedra que cayó del espacio y ocasionó una catástrofe. La persecución al pueblo judío no comenzó con Hitler; venía de mucho antes, de los progroms e, incluso, desde mucho antes de eso.
Por lo tanto, saquémonos esa idea del cabo loco y su ejército a paso de ganso porque, para la solución final de los judíos, el 20 de enero de 1942 se celebró una reunión en la villa que tenía la SS a orillas del lago Wannsee. El acontecimiento es tristemente célebre por considerarse el acto más importante de la historia de la solución final: la exterminación total de los judíos de Europa. El encargado de convocar al encuentro fue Reinhard Heydrich, quien citó a una serie de altos cargos del Gobierno para debatir la cuestión judía, adjuntando la copia de autorización firmada por Goering. En virtud de que la reunión comenzaba al mediodía, también se anunciaba que se ofrecería un refrigerio, ¡cómo no! Los individuos que se sentaron a parlamentar en la Conferencia de Wannsee eran funcionarios asalariados de una de las grandes naciones de Europa, y sus delitos estuvieron destinados a superar en magnitud a cualquiera de los actos criminales convencionales que hubiese conocido la Historia del mundo. Resulta instructivo destacar, cuando algunos se refieren a los nazis como una clase inferior de animales, de escasa formación, que de las quince personas congregadas en aquella ocasión ocho habían alcanzado el grado de Doctor universitario. Los asuntos discutidos en la Conferencia de Wannsee se han recuperado debido al ejemplar del acta levantada por Adolf Eichmann, Coronel de las SS y experto en asuntos judíos. Esto corresponde al libro “La solución final”, citado en el libro “Marcados para siempre” de Roberto Cyjon.
En estos días hemos ido a visitar bibliotecas –entre ellas la del Poder Legislativo–, que tan bien nos hacen. De esa forma, pudimos apreciar la información con la que contaban los uruguayos en aquella época.
El día viernes 4 de noviembre de 1938, el diario “El Día” informaba que 15.000 polacos serían deportados a Polonia, en su mayoría judíos, y no podrían regresar. Un cable de UP, en la misma página de ese diario, daba cuenta de que a través de una reglamentación se prohibía a los abogados judíos, a partir del día 30, obtener las patentes. El día 11, en la página siete del mismo diario, se da cuenta de la “Noche de los Cristales Rotos”; se hablaba de miles de presos, de miles de comercios rotos y de leyes que condenarían, hasta a veinte años, a cualquier judío que portara armas. Obviamente, el día 12, Goebbels niega que el gobierno estuviera detrás de todo eso. El 13 de noviembre de 1938, el diario “El Día”, en su página seis, informa que a los judíos se les impondría una multa de mil millones de marcos.
Quiere decir que en los diarios de aquella época se anunciaba todo lo que hemos repasado hoy en un libro moderno con respecto a la prohibición de concurrir a las universidades, a las escuelas y a cualquier clase de salida, entre otras cosas; todo eso ya era noticia en nuestros diarios.
Asimismo, quiero destacar que el 23 de noviembre de 1938, el diario “El Día” publica en la página nueve que el jueves 24, en 18 de Julio y Agraciada, habría un gran acto público contra el fascismo, el racismo y el antisemitismo, en el que harían uso de la palabra Edmundo Castillo, Felipe Gil, Arturo Dubra, Víctor Dotti, Eugenio Gómez, Ramón Díaz y Roberto Ibáñez. El día 30 de noviembre del mismo año, el diario “El Día”, en la página ocho, publica una nota emitida por el “Das Schwarze Korps” –disculpen mi pronunciación–, órgano oficial de las tropas de asalto, que decía lo siguiente: “El día en que un arma judía o comprada por un judío ataque a un hombre destacado de Alemania, no habrá más judíos en Alemania. Esperemos habernos explicado claramente”. El sábado 3 de diciembre, los judíos no pueden salir de sus casas por ser el “Día de la Solidaridad Alemana”.
En la medida en que continuamos repasando diferentes artículos y libros, nos encontramos –seamos sinceros, a pesar de nuestro dolor– con que en aquella época las publicaciones que trasuntaban la ideología nazi no eran escasas –esto repasando los sucesos, sin realizar acusaciones y apostando a la evolución sincera que muchas de esas posiciones tuvieron más adelante, porque creo que hoy en Uruguay podemos decir que, salvo algunos locos extraviados, hay unanimidad en la condena a esta ideología antisemita–, y en esa época tenían un peso no menor ni marginal; se dijeron cosas que hoy nadie se animaría a pronunciar.
Sin ánimo alguno de echar alguna sombra sobre esta sesión que debe ser de reflexión y no de debate, procedo a leer una serie de opiniones que en aquella época aparecían, sin indicar –quien lo quiera estudiar lo puede hacer, están los libros abiertos– procedencias ni nombres. En 1933, un medio de prensa de circulación nacional publicaba: “El observador más superficial contempla hoy atónito el proceso creciente de la balcanización o judaización de nuestra población (…) el peligro mayor es que esas masas exóticas procedentes de países de los cuales nos hallamos separados por verdaderos abismos del punto de vista racial, cultural y político, puedan organizarse en fuerza política poniendo en peligro nuestras instituciones. La patria es el hogar de sus hijos nativos”. Hago ahora otra cita textual: “Para muchos, el judío es uno de tantos extranjeros que llega al país. Este país, que no tiene prejuicios de raza está viendo nacer el conflicto de que no se ha librado ningún pueblo en ningún siglo (…) Nombre de usurero es sinónimo de judío, prestamista de los gobiernos y de particulares, interviene en quiebras fraudulentas, impone precios y artículos, siembra el materialismo, personifica la dureza capitalista, responsable en parte del odio de clases”. Otra cita más: “El comunismo es dirigido, lisa y llanamente por judíos, luego son los judíos y dentro de ellos los más retrógrados, los más disolventes e indeseables, los que practican esta arbitraria doctrina de absoluta ilegalidad”. También se decía: “Que el gobierno alemán haya alejado de la colectividad nacional también a los elementos antisociales deteniéndolos en campos de concentración para convertirlos en miembros útiles de la sociedad humana, fue una medida de autodefensa que en comparación con la magnitud potencial del peligro que representaban, se aplicó en forma muy humana”. Esto fue publicado en la prensa nacional; a quien esté interesado, puedo darle las fuentes.
Asimismo, en este Parlamento –no en esta Cámara sino en la de Representantes– se dijo: “Adolfo Hitler, realizador de la concepción del Nacionalsocialismo en el concepto de la supremacía del derecho sobre la fuerza. Esa concepción de Tomás de Aquino y de Juan Jacobo Rousseau, que es plasmada en la realidad por el jefe de gobierno alemán. Esa doctrina del Nacionalsocialismo se compone de dos fuerzas, una materialista y otra idealista. La materialista, que tiene por esencia la herencia, la tradición y la idealista, que es el concepto del bien del pueblo. Abarca los principios de la más remota tradición y trae a la legislación alemana las conquistas de las más modernas legislaciones sociales; viene a formar el concepto de la estatolatría de Hegel, y viene a tener del idealismo que había cantado el poeta Félix Dhau. Hitler, al que muchas veces se le ignora cuando se lo ataca, fue el que cimentó la historia de Alemania”. Y se concluye: “Creo, Señor Presidente, que debía merecer un poco más de respeto la obra titánica de ese cerebro privilegiado de Hitler”. Reitero que esto se dijo en esta, nuestra Casa.
Señor Presidente, solicito que me haga saber cuando se cumplan los treinta y cinco minutos de mi exposición.
SEÑOR PRESIDENTE.- Así se hará, señor legislador.
SEÑOR ROSADILLA.- Gracias, señor Presidente.
¿Qué sucedió después? Los juicios, la vulgarización, la ironía, la subjetividad y la superficialización de todo cuanto había pasado allí.
El señor Senador Abreu me recomendó –y se lo agradezco– no decir lo que igualmente voy a expresar aunque duela, aunque me duela y me dolerá, pero la verdad es la base de las transformaciones. He escuchado decir a uruguayos: “Vos no servís ni para judío, porque con los judíos jabón se puede hacer, y con vos, no”. No neguemos esa cultura; no neguemos esas ideas que estuvieron durante tanto tiempo; por suerte, creo que estas cada vez son menos, no tienen tanta fuerza y cuanto más las combatamos, menos tendrán. Por otro lado, eso fue dicho sin provocar reacciones radicales y drásticas de parte de quienes lo escucharon. ¿Quién de nosotros hoy no le pegaría una trompada en la boca a quien lo hiciera?
Decía, señor Presidente, que luego vinieron los Juicios de Nüremberg. Procedo a leer un pasaje del libro “Marcados para siempre”, de Roberto Cyjon, a quien agradezco el envío. En su libro dice: “Después de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes y japoneses acusados de haber cometido crímenes de guerra contra ciudadanos de los países aliados fueron llevados a juicio en diversos tribunales.
Los acusados fueron divididos en dos categorías: criminales de guerra principales, eran aquellos cuyos delitos no conocieron límites geográficos; criminales de guerra menores, eran aquellos cuyos delitos fueron cometidos en lugares específicos. Entre octubre de 1945 y 1946, un Tribunal Militar Internacional juzgó a 24 de los más infames jerarcas nazis en procesos que pasaron a ser conocidos como Los Juicios de Nüremberg. Doce de los acusados fueron condenados a muerte, tres absueltos y el resto condenados a diversas penas de prisión”.
De hecho, de los 6.500 miembros de las SS que trabajaron en el campo de exterminio de Auschwitz entre 1940 y 1945 –de aquellos que se cree que sobrevivieron a la guerra–, solo 750 recibieron algún tipo de castigo. El proceso más conocido fue el llamado Juicio de Auschwitz, celebrado en Frankfurt entre diciembre de 1963 y agosto de 1965 y en el que, de los 22 acusados, fueron condenados 17; 6 de ellos a cadena perpetua.
Rudolph Hess fue un cercano colaborador de Hitler, de los primeros afiliados al Partido Nazi. Cayó preso junto con él en 1923; se dice que escribió, a su dictado, “Mein Kampf” y fue designado como segundo jerarca de ese Partido que, en esa historia pequeña y apretada, tuvo la responsabilidad que tuvo.
Sometido a proceso, en los Juicios de Nüremberg fue absuelto de los cargos de crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, siendo declarado culpable de crímenes contra la paz y condenado a prisión perpetua.
Como decíamos, señor Presidente, las Naciones Unidas han recomendado que nuestras palabras giren sobre algunos de los tantos valientes, anónimos o conocidos, que se ocuparon –discrepo con Naciones Unidas cuando utiliza la expresión “se preocuparon”– de estos temas; he traído solamente los datos de tres de ellos.
Raoul Gustav Wallenberg nació el 4 de agosto de 1912 y falleció el 16 de julio de 1947. Fue un diplomático sueco, miembro de una prestigiosa e influyente familia, y en las últimas etapas de la Segunda Guerra Mundial trabajó incansablemente, corriendo grandes riesgos para salvar a miles de judíos húngaros del Holocausto. Fue arrestado por los soviéticos tras la entrada del Ejército Rojo en Budapest, alegando que era un espía de la OSS, Office of Strategic Services. Falleció estando aún bajo su custodia y su muerte es, hasta el día de hoy, motivo de controversia.
En nuestro país, el Liceo n.º 53 lleva su nombre, y su historia fue muy bien relatada por el ex legislador Nahum Bergstein en la exposición de motivos de la iniciativa correspondiente. ¿Cuántos más tendríamos que bautizar? Además, allí también nos recuerda que en el Parque José Batlle y Ordóñez tenemos un espacio con ese nombre, el de uno de los imprescindibles.
Matthias Sindelar nació en 1903 –murió en 1939– y fue considerado el mejor jugador del fútbol austríaco. A los 16 años empezó a jugar en el Austria Viena y por tres temporadas lo sacó campeón jugando de n.º 9. El 3 de abril de 1938 Alemania enfrentaba a Austria en este último país, casi como un protocolo de anexión futbolística de Austria. Los políticos habían arreglado para que ganara Alemania, pero ganó Austria 2 a 0, y el segundo gol lo hizo Sindelar, que tuvo la mala idea de ir a gritárselo “en la cara” al palco nazi.
Se negó a incorporarse a la selección alemana, lo que le valió la expulsión al Presidente del Austria Viena, que era judío.
Sindelar era un caprichoso bárbaro, y le compró a un amigo judío una propiedad que le obligan a vender al precio que debía pagarse y no al infame valor por el que normalmente se compraba. Un año después, a los 36 años, apareció misteriosamente muerto junto con su novia en circunstancias no aclaradas. No se sabe si se trató de homicidio o suicidio; no existen pruebas concluyentes sobre su muerte, pero sí sobre su vida, señor Presidente. En su funeral fue despedido por 15.000 austríacos.
Ahora vamos a abordar el caso más difícil, señor Presidente, porque se trata de un hermano de Hermann Göring. Con sorpresa y con prejuicio me encontré con que uno de sus hermanos, Albert Göring, se declaraba antinazi y había ayudado a salvar personas de la maquinaria nazi. Debo ser honesto en decir que recibí estos datos con dudas y por ello consulté a amigos que tengo en la colectividad judía, porque me costaba creer esta versión, pero me la han confirmado, y por ese motivo la traigo hoy a colación.
Se dice de él que ayudó y salvó –pudo documentarlo– a 34 personas arrestadas en campos de concentración, haciendo uso de su influencia frente a su hermano.
Sé que fueron muchísimos más los que ayudaron, señor Presidente, y que serán nombrados en todo el mundo; nuestra voz es apenas una de las miles que hoy se levantan para hablar de esto.
Me restan unos ocho o diez minutos de exposición, señor Presidente, ya que todo lo demás que quería decir lo dejaré para otra oportunidad.
En esta fecha creí importante hacer sonar algunas voces; prestarles mi propia voz para que hablaran aquí, y para ello entrevisté a tres sobrevivientes de esta peste. Voy a leer exactamente lo que dijeron.
En primer lugar, me voy a referir a León Poplawsky, que espero se encuentre hoy aquí en la Barra. Él me contó: “Nací en 1936. Yo tenía trece años y vivía con mis padres y mis hermanos en Polonia, en una ciudad de diez mil habitantes”. Estoy hablando de uruguayos, señor Presidente. “Un día fui a llevar un paquete a un polaco que se encontraba en una feria, a llevarle comida, ya que no tenían para comer. Cuando llegué a la ciudad había alambrados que rodeaban y tenían cercados a los judíos. Al principio esos alambrados no estaban electrificados, luego justo ese día que llego a la ciudad los habían electrificado y no había comida por ningún lado. Se nos daba cuatrocientos gramos de pan y cien de margarina por día”.
Más adelante nos cuenta: “Mientras estaba en esa situación pensaba que tenía que salir de allí para poder irme a mi casa. Una noche oscura de invierno dije: ‘tengo que escapar’. Lo logré. Marché a la feria que yo iba y le dije a un polaco conocido: ¿me llevás a mi casa? Me dijo que sí y me dio comida. Pude regresar.
Hoy, 23 de enero de 2012” –fue el día en que conversé con él– “casualmente hace setenta años que nos llevaron a mí y a mi familia de nuestra ciudad a Treblinka. Era enero y hacía mucho frío. Ese 23 de enero los ucranianos rodearon la ciudad y nos dijeron que teníamos que ir a la plaza de la ciudad. Era todo un engaño de los nazis. Yo tenía tres hermanos y mis padres. En la plaza no nos dieron nada, estuvimos todo el día sin comer. En un determinado momento llegaron trineos con caballos y pusieron seis y siete personas en cada uno para así llevar a la gente. Nos llevaban a la estación de ferrocarril. Ya era de noche muy tarde; había un tren. A la gente de diez a veinte años la colocaban en un vagón; a los de veinte a cincuenta en otro, así como a los ancianos en otro. En ese tren hacía mucho frío. En un momento pude dialogar con un polaco de aproximadamente setenta años y le pregunté dónde nos llevaban. Me contestó: ‘A un lugar que se llama Treblinka, a tres kilómetros de Varsovia. Allí los meten en un búnker, les tiran gas, los matan y después los mismos judíos los llevan al crematorio y los queman’. Le voy a estar agradecido siempre a ese señor mayor y siempre le creí.
Además, le digo: ‘No tienes algo para comer, que tengo hambre, y además tengo a mis padres y a mis hermanas (ya que mi hermano se escapó antes). Me dio pan y enseguida les conté a mis padres y a mis hermanas lo que me había dicho ese polaco. Mis padres lo primero que nos dijeron a mí y a mis hermanas fue: ‘Escápense ustedes, nosotros estamos viejos’.
Les dije a mis hermanas que teníamos que escapar y ellas no querían”.
A continuación, León Poplawsky cuenta que se escaparon por una ventanilla con rejas de uno de los vagones y aclara que sus hermanas se lastimaron al saltar del tren. Agrega: “Y yo quedé con una hernia que me operarían más tarde en París.
A los jóvenes les diría que hay que tener estudio, energía, y trabajar. Hay que tener fe y tratar de ser justo. Hay que luchar por la justicia y por la democracia.”
Este fue el testimonio de León Poplawsky.
SEÑOR PRESIDENTE.- Aviso al señor Legislador –tal como lo ha solicitado– que se cumplieron los treinta y cinco minutos de su exposición.
SEÑOR ROSADILLA.- Muchas gracias.
Sólo emplearé diez minutos más, señor Presidente.
El otro testimonio que voy a leer es el de Alejandro Landman. Él me dijo: “Soy el Ingeniero Alejandro Landman, nací el 26 de julio de 1933 en Polonia (Galicia, parte oriental, tercera ciudad importante de la región en ese momento, ya que ahora es Ucrania; cambió de nombre ya que allá los territorios son de alta rotatividad). Cuando estalló la guerra yo tenía seis años. Llegué a Uruguay en julio de 1948, cuando tenía quince años. En marzo de 1959 me recibí de Ingeniero Civil aquí, en Uruguay, en la Universidad de la República.
Respecto al Holocausto, evidentemente yo era muy chico: solo tenía seis años. Primero entraron los rusos, como usted sabe, y en fin, hubo grandes cambios con respecto a la estructura socioeconómica. Cuando comenzó la guerra entre Rusia y Alemania en 1941, entraron los alemanes. Fue un día del que no me olvido, porque fue un 26 de julio, día de mi cumpleaños; y mire lo que son las casualidades, que entraron los rusos de vuelta (se fueron los alemanes), tres años después, también un 26 de julio; esas son coincidencias que uno no se las explica.
En cuanto a lo que era la vida de los judíos y de muchos pueblos que se encontraban bajo la ocupación alemana, vamos a hablar sobre generalidades y no sobre los casos particulares; cada uno tiene su caso particular, sus vivencias, unas más o menos bravas que otras para distinta gente. Yo creo personalmente que el Holocausto es un evento único en la historia de la humanidad. Nosotros sabemos perfectamente bien que el hombre es el único animal que mata a sus iguales, por el solo placer de matar; los demás animales matan por comer, por celos o por otros motivos, pero ningún perro mata a otro por diversión y así sucesivamente. Solamente los humanos entre sí.
Hubo muchos casos de asesinatos colectivos en la historia; eso ya lo sabemos, pero en general eran casos puntuales, o sea, un jefe, un general medio analfabeto tomaba la ciudad y mataba a todos sus habitantes. Eso pasaba durante toda la historia y nosotros los judíos somos mallas de oro en esos acontecimientos.
Pero el Holocausto es una cosa totalmente prelógica, digamos, no tiene lógica ninguna; por eso es muy difícil de explicar, por eso resulta a veces fácil negarlo, porque es una cosa que la gente no entiende. Más fácil es decir que cuando hay una cosa que no entiendo, la niego. No fue un acontecimiento puntual como puede ser tomar una ciudad y matar a todos sus habitantes. Fue una cosa organizada por un Estado. Fue la política de un Estado con el apoyo del Estado en todos sus aspectos: militar, tecnológico, logístico, financiero; todo eso fue organizado por un Estado civilizado, el más civilizado de Europa, por lo menos; todo para eliminar un grupo humano.
En cuanto al surgimiento del nazismo, las razones, usted sabe mejor que yo, las mismas fueron políticas, económicas, desempleo, la Primera Guerra Mundial, la situación económica de Alemania; todo eso provocó el surgimiento del nazismo, que fue apoyado por muchos, incluidos judíos, porque parecía un freno contra el comunismo. Y bueno, el resultado fue manija, manija, manija, y los judíos servimos como un elemento para descargar todas las frustraciones que tenía todo ese pueblo luego de haber perdido la guerra. Eso es, digamos, una cosa genérica de qué es lo que pasó. ¿El resultado? Todos sabemos: seis millones de víctimas. ¿A qué se debió? Por un lado, los alemanes, pero ahí no hay inocentes.
Hace poco salió en los diarios que de los judíos franceses –setenta y pico de miles– que fueron deportados, ninguno fue detenido por los alemanes. Todos fueron detenidos por la policía francesa colaboradora. Y esto pasaba, ni hablar, en nuestra historia de Europa oriental cuando sucedía en Ucrania, Polonia, etc.
Lamentablemente, setenta años después se ven cosas similares, o sea, no cambió mucho. No se llama antisemitismo, se llama antirrealismo o como a usted le guste llamar. Es el mismo perro con diferente collar.
En Polonia, cuando entraron los alemanes a la ciudad de Jedwabne, los polacos mismos agarraron a mil seiscientos judíos de esa ciudad, los metieron en la sinagoga y los quemaron vivos. Ahora les hicieron un monumento a esas víctimas y el Alcalde actual de esa ciudad en Polonia democrática no concurrió a dicho evento. Con eso está todo dicho. En cambio, en Lituania, un grupo de guerrilleros judíos entraron en una aldea y mataron a cuarenta nazis lituanos y ahora les hicieron un monumento a esos nazis. Así es que vemos cómo, lamentablemente, las cosas bajo otro nombre, bajo otro disfraz, se repiten.
Así: ¿qué es lo que debemos hacer nosotros? ¿Cuál es nuestro objetivo? El objetivo es transmitir todo eso que estoy diciendo a grandes rasgos y en pocos minutos a las generaciones que vienen para que esto no se repita, pero las generaciones que vienen no lo entienden.
Así que, por un lado, a nuestra propia colectividad: sabemos que todo pueblo que olvida su pasado corre el riesgo de repetirlo. Y, por otro lado, a la gente en general: hay un día del Holocausto que se conmemora una vez al año, habla el Senador Rosadilla, y bueno, sale en los diarios y con eso se termina el tema. No; el tema es que la gente entienda y se interese, que ya le dije que no es tan fácil entender que la gente mata gente impunemente; nadie puede entenderlo y, sin embargo, así fue, por más que parezca una historia de ciencia ficción. Pero no; fue real: nosotros los judíos no teníamos ningún derecho –al que mataba judíos no le pasaba nada–, menos derechos que los perros, ya que los mismos cuando se les agrede hay una sociedad protectora.
Y hoy en día –y eso es lo más triste de todo– vemos que, aparte de negar el Holocausto, hablan de otro Holocausto y las Naciones del mundo callan. Sabemos que el que calla otorga.
Cuando Hitler subió al poder y comenzó con sus acciones nadie le daba bolilla, decían que era un loco haciendo propaganda para las elecciones. Hoy en día vemos muchos casos que pasan; en la ONU y otras dependencias hablan de la destrucción de Israel y de todas esas cosas justificándose en la libertad de palabra. Y sí, hay libertad de palabra, pero hasta cierto punto. Yo, por más que le diga que lo voy a matar, usted me va a decir: espera; o va a hacer la denuncia: mire, este señor me quiere matar; por lo menos la hace.
Lamentablemente, hoy en día nos encontramos con un mundo que se olvidó, que no toma en cuenta ni sabe. Por eso, todo lo que se haga, todo lo que se hable, todo lo que se publique, tiene su importancia”.
Voy a utilizar los últimos cuatro minutos del tiempo de que dispongo para mencionar un testimonio que no me gustaría que quedara fuera de la versión taquigráfica de esta sesión. Silvio Packer nos dice: “Nací en 1925 en la ciudad de Nassan, dentro de Transylvania. Dicha ciudad en 1939 fue copada por los húngaros y cedida a ellos que eran aliados de los alemanes. A partir de allí comenzó la discriminación hacia nosotros.
En 1941 a los judíos nos prohibieron todo tipo de acceso, por eso aprendí mi oficio de sastre. Estuve en varios campos de exterminio. Mi número en el campo de Auschwitz era el 71.950; ropa rayada, solo una camisa y un pantalón, nada de ropa interior.
En 1942 nos obligaron a usar un brazalete amarillo y una insignia para identificarnos cuando salíamos a la calle, y solamente de día, ya que de noche no podíamos salir de nuestra casa. Nos encontrábamos sin saber lo que pasaba del otro lado del mundo.
En 1944 –nadie nos preguntó nada– nuestro pueblo, de cien familias con un promedio de seis hijos cada una, se encontraba bajo el dominio húngaro. Nos llevaron a un lugar llamado ‘Barracas de madera’, con un frío atroz, aproximadamente por el mes de abril. Los húngaros nos decían simplemente que nos iban a llevar a un lugar a trabajar. Ellos mismos, con su ejército, nos trasladaron en un tren como si fuéramos ganado. Había más o menos cincuenta personas por vagón. Tenía dicho vagón un borde para hacer necesidades. Recuerdo que había gente anciana y enferma. Cada cinco o seis horas nos daban agua fresca. En el campo se encontraban los alemanes que expresaban: ‘bájenlos rápido’. Yo tenía dieciocho años. A los que pudieron llevarse se los llevaron a un crematorio. No vi nunca más a mi mamá ni a mi hermana. Es más, quien decía que tenía menos de dieciséis, iba directo al crematorio. De los que se llevaban de las filas, los dirigieron como para ir al baño. Al abrir la canilla, en vez de salir agua, salía gas que los exterminaba.
Cuando llegamos al campo y empecé a observar, lo primero que pensé es que era una fábrica porque había muchos galpones. Lo primero que hicieron fue cortarnos el pelo bien cortito, nos dieron un traje rayado, una camisa y zuecos. Cuando se vino la tardecita comenzó el ‘régimen’ en Auschwitz. Nos daban un litro de café para diez personas y apenas unos pancitos por día.
Estuvimos aproximadamente un mes en dicho campo de exterminio para luego volver a viajar como ganado y llegar a otro campo de exterminio llamado Mathausen. Allí estuvimos diez días.
Luego nos trasladaron a Gusen, donde estuve un año y medio. Acá sí comenzó el trabajo. Había cuchetas para muchas personas. Nos despertaban a las cinco de la mañana, nunca había agua caliente para bañarse, nos daban un litro de café por día. Allí nos cargaron nuevamente; nos introdujeron en un túnel por debajo de las montañas. En realidad, era una fábrica alemana de aviones de combate.
El trabajo que me tocó a mí era de cargar bolsas de cemento cuando las transportaban de los aviones. Esas bolsas pesaban cincuenta kilos cada una, y eran once horas diarias. Me estaba muriendo. Si alguno no volvía de la jornada de trabajo era porque había muerto. La cena era un trozo de pan para cada uno, ya que había que repartir entre varias personas.
Cuando llegó el invierno de octubre nos cambiaron esa ropa rayada por la misma, un poco más gruesa.
A fines de febrero de 1945 nos cargaron de vuelta en un tren como ganado y nos llevaron de nuevo a Mathausen. Estuvimos solamente unos días. En el campo no había solamente judíos, también polacos, y españoles que mandaba Franco.
Luego de estar todo el mes de abril en Mathausen nos dijeron que íbamos a otro campo, solo que esta vez caminando. Calculo que éramos como veinte mil personas en esa marcha, que llamé ‘la marcha de la muerte’. Los que sobrevivimos llegamos al campo llamado Gunzkircher. Ya no había ni camas y la comida era casi nada.
Llegó el 5 de mayo de 1945 y vemos que los alemanes ya no están. Comenzamos a oír a los americanos diciendo ‘son libres’.
Llegué a pesar treinta y cinco kilos. Me cargaron en un camión con varios más y nos llevaron a un sanatorio de la ciudad de Belz. Los americanos nos trataron muy bien. Como yo tenía veinte años aguanté, si bien me costó recuperarme.
Decidí que quería volver a mi pueblo a ver qué había quedado. Me dieron ropa, dinero y traté de llegar a Viena y luego a Budapest. Cuando llego a casa de mis familiares mi tía me dice que mi tío había sido herido en la guerra pero que se iba a recuperar. También estuve allí internado, ya que padecí tifus. Luego de reponerme le dije a mi tía que quería regresar a mi pueblo. Recuerdo que la calle de mi casa era Georgecasbuk, número cinco. Cuando llego, sale el vecino que vivía al fondo de mi casa y me dice: ‘estoy viendo alucinaciones…dijeron que los mataron a todos’. Él cuidó de mi casa. En mi pueblo de cuatrocientos habitantes quedamos cuatro. Me quedé un tiempo a ver si volvía alguien más. Alguno vino.
Marché a Budapest nuevamente. Mi meta era llegar a Israel, pero era imposible. Estuve en Viena, luego en Roma, hasta que decidí irme a Francia, ya que tenía el oficio de sastre y podía trabajar.
Como era todo clandestino, todavía tenía que pasar la frontera de Italia a Francia. Así me pude instalar en Francia, ya que mi oficio era muy buscado, como pan caliente; nadie tenía ropa.
En 1952 llegué a Argentina con el capital que había hecho con mi trabajo. Me vine a Uruguay, formé mi familia y así continué mi vida.
A veces me despierto de noche y pienso: ‘¡¿Cómo pudo haber pasado todo esto?! Era como una empresa para matar gente’.”
Y era como una empresa de matar gente; ¡que no se abra ninguna otra, señor Presidente!
Muchas gracias.